Se fundamenta en el desarrollo de la capacidad de autoaprendizaje y el mantenimiento de una actitud de educador y educando a la vez. Es un proceso de aprendizaje autodirigido, basado en necesidades, en la resolución de problemas, y que dura toda la vida. La tradicional clase teórica magistral o las conferencias han demostrado una utilidad limitada en la actualización e innovación profesional. La MBE aporta una metodología más sistémica, basada en la resolución de problemas, a la vez que utiliza y rentabiliza las nuevas tecnologías. Las guías de práctica clínica tienen un importante papel no sólo como guías prácticas, sino también como instrumentos educativos, tanto en la formación de pregrado, como de postgrado y continuada.
La puesta en práctica cada uno de los pasos de la MBE mencionados en el apartado anterior requiere formación, y habilidades específicas.
Por otra parte, al potenciar el autoaprendizaje, podremos detectar áreas de conocimiento o de habilidades que queremos mejorar, con lo que surgirán propuestas para la formación continuada basadas directamente en nuestras necesidades. Proporcionar información no es transferir conocimiento, y no conlleva su aplicación, la utilización de las “mejores prácticas”. Para cambiar es necesario reflexionar con espíritu crítico, y conocer muy bien cómo hacemos nuestro trabajo, ser conscientes de las necesidades y beneficios del cambio, y afrontarlo con decisión, proceso íntimamente ligado a la transferencia y aplicación de la formación en la práctica diaria.
Para que el potencial de la MBE se materialice todavía queda mucha tarea pendiente. Nuestro conocimiento sobre como implementarla, qué políticas se necesitan para estimular la mejora y los cambios, todavía son insuficientes. Pero las herramientas, la metodología, y el conocimiento están a nuestro alcance.
La implicación e integración de los pacientes en la toma de decisiones también requiere tiempo, pero su participación es imprescindible para que la asistencia que prestamos responda efectivamente a las necesidades y expectativas sociales.
La puesta en práctica cada uno de los pasos de la MBE mencionados en el apartado anterior requiere formación, y habilidades específicas.
Por otra parte, al potenciar el autoaprendizaje, podremos detectar áreas de conocimiento o de habilidades que queremos mejorar, con lo que surgirán propuestas para la formación continuada basadas directamente en nuestras necesidades. Proporcionar información no es transferir conocimiento, y no conlleva su aplicación, la utilización de las “mejores prácticas”. Para cambiar es necesario reflexionar con espíritu crítico, y conocer muy bien cómo hacemos nuestro trabajo, ser conscientes de las necesidades y beneficios del cambio, y afrontarlo con decisión, proceso íntimamente ligado a la transferencia y aplicación de la formación en la práctica diaria.
Para que el potencial de la MBE se materialice todavía queda mucha tarea pendiente. Nuestro conocimiento sobre como implementarla, qué políticas se necesitan para estimular la mejora y los cambios, todavía son insuficientes. Pero las herramientas, la metodología, y el conocimiento están a nuestro alcance.
La implicación e integración de los pacientes en la toma de decisiones también requiere tiempo, pero su participación es imprescindible para que la asistencia que prestamos responda efectivamente a las necesidades y expectativas sociales.